Cada Hijo de Dios es uno en Cristo porque su ser está en Cristo, al igual como el de Cristo está en Dios. El Amor de Cristo por ti es Su Amor por Su Padre, que Él conoce porque conoce el Amor de Su Padre por Él. Cuando el Espíritu Santo te haya conducido finalmente hasta Cristo en el altar de Su Padre, la percepción se fundirá con el conocimiento porque se habrá vuelto tan santa que su transferencia a la santidad será sencillamente su extensión natural. El Amor se transfiere al amor sin ninguna interferencia, pues ambos son uno.
En el altar de Dios, la santa percepción de Su Hijo se vuelve tan iluminada que la luz entra a raudales en ella y el espíritu del Hijo de Dios refulge en la Mente del Padre y se vuelve uno con ella. Con gran ternura Dios refulge sobre sí mismo, y ama la extensión de sí mismo que es Su Hijo. El mundo deja de tener propósito a medida que se funde con el Propósito de Dios. Pues el mundo real ha desaparecido sigilosamente en el Cielo, donde todo lo que es eterno ha existido siempre. Allí Redentor y redimido se unen en su perfecto amor por Dios y en el amor perfecto que se profesan el uno al otro. El Cielo es tu hogar, y al estar en Dios tiene también que estar en ti.
Un Curso de Milagros - Capítulo 12