El instante santo es la morada de los milagros. Desde allí, cada uno de ellos viene a este mundo como testigo de un estado mental que ha transcendido el conflicto y ha alcanzado la paz. El instante santo lleva el consuelo de la paz al campo de batalla, demostrando así que la guerra no tiene efectos. Pues todo el dolor que la guerra ha tratado de ocasionar, los cuerpos despedazados y los miembros mutilados, los moribundos gimientes y los muertos silenciosos, son dulcemente elevados y consolados.
La paz de Dios refulge en ti ahora, y desde tu corazón se extiende por todo el mundo. Se detiene a acariciar cada cosa viviente, y le deja una bendición que ha de perdurar para siempre. Lo que da no puede sino ser eterno. Elimina todo pensamiento de lo efímero y de lo que carece de valor. Renueva todos los corazones fatigados e ilumina todo lo que ve según pasa de largo. Todos sus dones se le dan a todo el mundo, y todo el mundo se une para darte gracias a ti que das y a ti que has recibido.
Tal vez te preguntes cómo vas a poder estar en paz si, mientras estés en el tiempo, aún queda tanto por hacer antes de que el camino que lleva a la paz esté libre y despejado. Quizá te parezca que esto es imposible. Pero pregúntate si es posible que Dios hubiese podido elaborar un plan para tu salvación que pudiese fracasar. Una vez que aceptes Su plan como la única función que quieres desempeñar, no habrá nada de lo que el Espíritu Santo no se haga cargo por ti sin ningún esfuerzo por tu parte. Él irá delante de ti despejando el camino, y no dejará escollos en los que puedas tropezar ni obstáculos que pudiesen obstruir tu paso.
Se te dará todo lo que necesites. Toda aparente dificultad simplemente se desvanecerá antes de que llegues a ella. No tienes que preocuparte por nada, sino, más bien, desentenderte de todo, salvo del único propósito que quieres alcanzar. De la misma manera en que éste te fue dado, asimismo su consecución se llevará a cabo por ti. La promesa de Dios se mantendrá firme contra todo obstáculo, pues descansa sobre la certeza, no sobre la contingencia. Descansa en ti. ¿Y qué puede haber que goce de más certeza que un Hijo de Dios?
Tu paz está conmigo, Padre. Estoy a salvo.
Tu paz me rodea, Padre. Dondequiera que voy, Tu paz me acompaña y derrama su luz sobre todo aquél con quien me encuentro. Se la llevo al que se encuentra desolado, al que se siente solo y al que tiene miedo. Se la ofrezco a los que sufren, a los que se lamentan de una pérdida, así como a los que creen ser infelices y haber perdido toda esperanza. Envíamelos, Padre. Permíteme ser el portador de Tu paz. Pues quiero salvar a Tu Hijo, tal como dispone Tu Voluntad, para poder llegar a reconocer mi Ser.
Y así caminamos en paz, transmitiendo al mundo entero el mensaje que hemos recibido. Y de esta manera oímos por fin la Voz que habla por Dios, la cual nos habla según nosotros predicamos la Palabra de Dios, Cuyo Amor reconocemos, puesto que compartimos con todos la Palabra que Él nos dio.
Cuán santo eres tú que tienes el poder de brindar paz a todas las mentes.
Cuán bendito eres que puedes aprender a reconocer los medios
por los que esto se puede lograr a través de ti.
¿Qué otro propósito podrías tener que pudiese brindarte mayor felicidad?
Eres tal como Dios te creó. Esta idea acalla todos los sonidos de este mundo, hace que sus vistas desaparezcan y borra para siempre todos los pensamientos que él jamás haya tenido. Con esta idea se alcanza la salvación. Con esta idea se restaura la cordura.
La verdadera luz es fortaleza, y la fortaleza es impecabilidad. Si sigues siendo tal como Dios te creó, tienes que ser fuerte, y la luz tiene que encontrarse en ti.