Mi nacimiento en ti es tu despertar a la grandeza
Bendita criatura de Dios, ¿cuándo vas a aprender que sólo la santidad puede hacerte feliz y darte paz? Recuerda que no aprendes únicamente para ti, de la misma manera en que yo, tampoco lo hice. Tú puedes aprender de mí únicamente porque yo aprendí por ti. Tan sólo deseo enseñarte lo que ya es tuyo, para que juntos podamos reemplazar la miserable pequeñez que mantiene al anfitrión de Dios cautivo de la culpabilidad y la debilidad, por la gozosa conciencia de la gloria que mora en él. Mi nacimiento en ti es tu despertar a la grandeza. No me des la bienvenida en un pesebre, sino en el altar de la santidad, en el que la santidad mora en perfecta paz. Mi Reino no es de este mundo, puesto que está en ti. Y tú eres de tu Padre. Unámonos en honor a ti, que no puedes sino permanecer para siempre más allá de la pequeñez.
Decide como yo que decidí morar contigo. Mi voluntad dispone lo mismo que la de mi Padre, pues sé que Su Voluntad no varía y que se encuentra eternamente en paz consigo misma. Nada que no sea Su Voluntad podrá jamás satisfacerte. No aceptes menos y recuerda que todo lo que aprendí es tuyo. Yo amo lo que mi Padre ama tal como Él lo hace, y no puedo aceptar que sea lo que no es, de la misma manera en que Él tampoco puede hacerlo. Cuando hayas aprendido a aceptar lo que eres, no inventarás otros regalos para ofrecértelos a ti mismo, pues sabrás que eres íntegro, que no tienes necesidad de nada y que eres incapaz de aceptar nada para ti. Y habiendo recibido, darás gustosamente. El anfitrión de Dios no tiene que ir en pos de nada, pues no hay nada que él tenga que encontrar.
Cap. 15 S.III